martes, 3 de mayo de 2011

GARDEL AL FINAL DEL TUNEL

martes, 3 de mayo de 2011


"A Buenos Aires y todos sus fantasmas que me rodearon en la adolescencia" 


Por Pablo Campos

            Intento concentrarme, poder unir las ideas que se me ocurrieron en el transcurso de la semana, pero me distrae el ruido de la estufa recién prendida y la música mal sintonizada de la radio. Me distraen demasiado como para abstraerme.
            Decido dejarlo para otro momento, y me levanto de la silla para encontrarme en una playa sentado en la arena junto a una hermosa mujer que me habla y habla; a la cual, sin saber por qué, no puedo oír. Como si millones de kilómetros nos separaran, galaxias en el medio, hasta llegar a la misma eternidad.
            Me incomodo pero no llego a desesperarme, estoy disfrutando de la vista que me da el imponente mar. (¿Nunca se pusieron a contemplar esa masa de agua uniforme que cambia constantemente sin sentido alguno?). Para mi es algo asombroso, hermoso, bello, que nunca me cansaré de admirar. Sería capaz de pasar una perpetuidad observando el impulso constante y la fuerza con que se desplaza, sin importar el tiempo ni el espacio.  
De repente esos millones de kilómetros parecen desaparecer. Frases sueltas empiezan a  entrar en mi mente acompañadas por una voz suave y agradable: “Dios mío...muchas cosas en esta eternidad que estamos juntos...cosas horribles...no sólo somos este paisaje, sino pequeños seres de carne y hueso, llenos de fealdad, de insignificancia...”
            En ese momento sentí que no pertenecía a esa imagen, que me iba desvaneciendo de a poco. Pero en mi desvanecer, veía por una ventana a la mujer sola en la playa frente al mar, y a la vez también un plano con fondo blanco atravesado por líneas.
            Líneas que fueron coloreadas como si un pincel salido de no sé dónde estuviera pintando esa imagen que se veía desde una ventana en el borde de la obra. Una imagen que se encontraba en una exposición, donde la gente pasaba sin percatarse de lo que yo veía en aquella ventana.
            Doce campanadas me distraen. Al finalizar, mi entorno se desvanece. ¿O seré yo? Miro desesperadamente, y a lo lejos diviso una torre con un reloj en su cúpula. Ella buscaba desesperadamente su plaza, se había perdido en aquella noche de invierno porteño. Dijo ser el reloj de los ingleses, y como apareció, se fue perdiendo entre las calles de aquel barrio sin darme tiempo a responder.
            Estaba parado en aquella esquina esperando el colectivo, el frío ya estaba venciendo el poder calorífico de mi campera. Tengo la boca reseca y el colectivo no viene.       Voy buscando un oasis recorriendo Parque Saavedra, y en el fin de la noche una mujer me dice que hace frío en las noches de calor, a lo que le contesto que yo siento frío en las noches de frío. Sigo caminando entra la niebla intentando recordar cómo ha llegado a rodearme sin darme cuenta. Pero mis recuerdos se mezclan impidiéndome ver mas allá de mi nariz. Siento que estoy ciego, que mis ojos se han apagado, y que mis pies ni suben ni bajan. No siento el pasto húmedo que sentía hace unos minutos bajo mis pies. Sé que estuve en todas partes y también que no estuve en ninguna, rodeado de esa niebla.
            En ese universo sin principio ni fin tomé un café con Luzbel, el demonio. Me contó que le habían prohibido la manzana y sólo entonces la mordió, la manzana no importaba, sólo la prohibición. Lo dejé en algún almacén de Saavedra comprando manzanas y me subí a un tranvía que justo pasaba.
            Pero el tranvía nunca pasó, todo fue y será un sueño que yo he soñado. Y terminó cuando desperté. Al despertar volví a nacer. Nací espiritualmente, ya que la eternidad nunca muere. Porque nunca nació.
            La noche era fría, y yo quería estar en mi casa. Pero ese maldito colectivo no pasaba más. Ya me estaba impacientando cuando apareció al final de la calle. Subí, pero en el mismo acto, bajé en la estación Retiro. Caminé por el andén vacío hasta la puerta y al observar mis bolsillos noté la falta de boleto. Sin boleto no iba a poder salir, y si quería iba a tener que pagar una multa. Busque la billetera. Hurgue en mis bolsillos y luego dentro del maletín que hasta ese momento no sabía que tenía. Al encontrarlo vacío me escondí en él. Entré en una dimensión oscura y tenebrosa llena de grises, para no volver.
De vuelta la niebla me rodeó. En el camino me crucé con un libro abierto que me tentó a formar parte de  su historia, pero me negué porque en realidad era una trampa para salir del maletín. Le dije al maletín: - llévame por tus aguas, que tus plateados habitantes me conozcan, que me digieran y transformen hasta correr hacia adentro por los túneles acuáticos.-.
Entonces escuche un canto…Mi Buenos Aires querido / cuando yo te vuelva a ver / no habrá más pena ni olvido… y entendí que era todo. Al ser todo sentí a Gardel cantando desde una punta del túnel, y en ese mismo momento la luz fue lentamente iluminando todo. Las paredes, en vez de ser oscuras y grises, se transformaron en blancas y encandilantes.  Y en un rozar de dedos me encontré frente a un cuaderno escribiendo cosas en un idioma que desconocía, mientras esperaba un colectivo en una noche fría, en la que viajaba por la eternidad en un maletín rodeado  de niebla sin saber quien era, quien soy, ni quien seré.        


FIN       

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