por Pablo Campos
afoto archivo Rafael Vasquez |
Es
imposible hablar de Barrilete sin antes hablar de Roberto Santoro. Alma mater
de la revista, imán de jóvenes poetas en busca de una identidad y de otros no
tan jóvenes deslumbrados por su personalidad y poesía. Roberto es el claro
representante de una nueva promoción de poetas que en los primeros años de la
década del sesenta irrumpieron con brío en la escena cultural de Buenos Aires.
Vanguardista, su poesía recorrió el camino que dejaron los poetas sociales de
las generaciones del 22, pero con una impronta nueva, conjunción del despertar
de ideas rebeldes en todo el mundo y sobre todo de una mirada personal sobre
los detalles cotidianos de la vida.
En
la promoción de poetas del sesenta uno puede respirar la necesidad impiadosa de
romper, como dice Hector Negro, con las capillas literarias y llevar la poesía
a donde es desconocida, a la gente. Y Roberto no fue la excepción, sino todo lo
contrario, un gran trabajador de este principio. Rafael Vásquez en libro “Informe sobre Santoro”, gran aporte en
la difusión de conocer a uno de los grandes poetas de la generación del
sesenta, recuerda su generosidad y pasión: “Trabajador
y generoso como pocos, la pasión que puso en difundir su poesía la aplico también
en dar a conocer la obra de los demás: en la revista Barrilete, en los Informes
y en las carpetas de Papeles de Buenos Aires y Gente de Buenos Aires”.[1].
En
esta búsqueda constante de Roberto fue imposible no acercarse a los letristas
del tango, y en la belleza de sus letras encontrar grandes poetas ninguneados
por la academia. Horacio Salas recuerda su primer encuentro con palabras que
nos llevan a caminar junto a ellos:
“Roberto cumplía el servicio militar en la Marina y apareció rapado y con uniforme
blanco. A mi derecha había una silla desocupada, se sentó y al poco rato me
leyó un poema; seguramente le conteste con otro. Pronto advertimos que nos
interesaban las mismas cosas: Buenos Aires, el tango, el futbol, la gente
concreta. Al salir caminamos varias cuadras por Rivadavia repitiendo versos de
Manzi, Cadícamo o Discépolo.” [2]
Poetas del tango que en las páginas de Barrilete supo darles espacio y
homenajearlos.
El
artista plástico Oscar Smoje quien frecuento a Roberto Santoro y fue de los
artistas que colaboraron en la revista con sus trabajos en 1963[3],
recuerda como desde el primer momento fue conocerlo y rápidamente sentir una
gran empatía. Recuerda el particular tono de su vos, esa sensación de estar
todo el tiempo recitando y fundamentalmente esa fogosidad que era la vida de
Roberto, ese apasionamiento cuando hablaba por la poesía popular, por el
futbol, por el tango. Inclusive cuando leía algún poema suyo, era como que se
encorvaba y era un poseso, veías la pelota en vez de estar viendo a Roberto.
Su
amigo, poeta y compañero en Barrilete, Carlos Patiño, define sintéticamente los
recuerdos de quienes frecuentaron y disfrutaron la amistad de Roberto: “de Roberto solo podes tener lindos
recuerdos, no conozco a nadie que tenga malos recuerdos de Roberto, nadie”. Mientras que la poeta Alicia Dellepiane Rawson, quien también supo formar parte del grupo Barrilete recuerda a Santoro como una persona autentica, que fue toda su vida transparente, un buen tipo.
De la poesía, de las páginas de Barrilete, de
la avenida Corrientes al puesto en el mercado de colegiales. Roberto entendía
que la poesía estaba en todas partes, por eso quizás la necesidad desde el
primer número de El Barrilete de rescatar a los letristas del tango como
grandes poeta, quizás sus primeros maestros. Si en algo sobresalen los sesenta
es en la lucha de ideas que sobrevoló la década. Roberto, desde la poesía, supo
levantar su barricada y ser parte de esa lucha.
Las últimas
palabras que recibió Carlos Patiño antes de su exilio por parte de Roberto
fueron “…a lo mejor llego vivo”.
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