Volver, siempre se está volviendo al barrio. Este domingo tuve el gusto y placer de ser parte de una hermosa jornada en Parque Saavedra, donde música, poesía y poesíamúsica abrazaron al parque. Porque Saavedra no se enreja no se tapa con cemento.
Saavedra es
una de esos barrios cuyas fronteras varían según los mundos y las dimensiones
que lo atraviesan. Sus límites impuestos por quienes tienen la necesidad de
limitar todo nunca lo entenderán. Ayer
al micrófono nombraba dos ejemplos, Platense y quien les escribe. Platense
porque sí, porque es Saavedra, porque en esa cancha baja del cielo el Polaco
con cada partido, a mi no me vengan con que eso es provincia, es Vicente Lopez,
porque Platense es Saavedra y no hay con
que darle. Y yo, hijo adoptivo del barrio, viví una hermosa infancia y adolescencia
a orillas de la cancha, fui testigo de aquel equipazo que durante años y
batallas mitológicas esquivo al descenso hasta que el Rey nos bajo el pulgar enviándonos
a este largo purgatorio. Durante esos años las más bellas caminatas las he
tenido en este barrio en ese parque tan cambiante lleno de dioses. Saavedra
siempre me invito a su mundo, y …nunca pude negarme a tan digna invitación.
Y conmigo tuve que llevarlo al viejo, aquel cabron
y cascarrabias, que en este Barrio peleo la última de sus revoluciones en
aquellos lejanos noventa. Con Ernesto Garabato y junto a otro grupo de locos
sentimentales crearon una resistencia al neoliberalismo reinante, historia
digna de algún día ser escrita como una de las páginas más gloriosas de
Saavedra.
Uno al ver
el cielo podía descubrir a la poesía bailar al ritmo de la música, no se sabía quién
abrazaba a quien, si nosotros a Saavedra o Saavedra a nosotros. Lo que sí puedo
asegurar es que escondido detrás de un árbol me pareció ver a Saavedra feliz.
0 comentarios:
Publicar un comentario