Voy a compartir con ustedes una experiencia, de lo mas cotidiana en la cuidad de Buenos Aires, de esas que uno ve pero no ve. El otro día esperando a mi esposa me encontraba en la esquina de Córdoba y Esmeralda a eso de las 19hs. Pleno microcentro porteño y en un horario donde todo el mundo vuelve a sus hogares. ¿Todo el mundo?
Entonces es cuando lo vi a el, un muchacho de unos 10 años sentado en el cordón de la vereda junto a su carro de cartonero, el cual lo duplicaba en altura y casi seguro lo triplicaba en peso. Una imagen tapada por la maldita cotidianidad.
Quede anonadado al ver como la gente iba y venia sin siquiera bajar la vista para ver a aquel niño, y hasta este momento me incluyo yo entre las miles de personas que pasan por esa esquina. No paramos, la velocidad nos lleva sin rumbo, y entonces no podemos ver. Estamos ya tan acostumbrados a ver estas imágenes que dejaron de indignarnos, dejaron de preocuparnos, al ser parte de lo “común” quedan tapados como algo cotidiano.
Cambiemos el mundo empezando por parar, dejar que el tiempo vuelva, y empezar a mirar con nuestros propios ojos. Por que lo “común” no sea excusa para dejar de indignarnos.