He pasado y participado en estos días en los corsos de mi ciudad, como artista, como murguero propiamente y como vecino. Sólo vi alegría y juego. Gente atendiendo a lo que bajaba del escenario y aplausos o indiferencia, seducción y “persecuciones” de guerra de nieve, lejos de peleas, sexo explícito, o borrachos en pugna.
ARIEL PRAT
ARIEL PRAT
Fuente: Tiempo Argentino - lunes 7 de marzo
Nuestro Carnaval siempre condujo en su festejo a extremas medidas para intentar ponerlo en orden. Aun en épocas de Rosas o de Sarmiento, a pesar de que ambos, en tan extremas esquinas de la historia, disfrutaban a su manera de la carnestolenda criolla.
Pero desde la fusiladora en el ’55 y hasta el reciente decreto presidencial, nunca una sociedad se dividió tanto en aceptar o no esta fiesta pagana, que lejos de ser un simple “beneficio” populista, es un derecho más que teníamos reprimido los ciudadanos, recuperado al fin en el marco de una democracia sana y de un sentido más popular que nunca.
La vieja cultura negadora de la herencia aborigen como afroargentina, hoy se pone en jaque con miles y miles de artistas callejeros barriales que en amplia manifestación de colores y ritmos pueblan, con sus desfiles y actuaciones, los escenarios de un país que hoy tiene voluntad desde sus representantes en el Estado, de reconocer estas raíces y blanquearlas.
Es el caso de la murga porteña y argentina, en la cual me integro desde pibe. Su marginación a la hora de las existencias culturales y musicales, más allá de los decretos dictatoriales, no hace más que confirmar el conflicto entre los artistas, ocasionales o no, depende de la murga o agrupación que en buena medida exceden a los “cuatro días locos” y los que pretenden negarla o despreciarla.
Reservorio de negritud desde aquella perdida comparsa negra de Buenos Aires, en su baile original, su vestimenta y en parte de su rítmica, hoy sigue creciendo en integrantes y diversidades estilísticas con los aportes de ese imaginario de negritud contemporánea como puede ser la cumbia y la innegable presencia del rock nacional.
Ciertos señoritos escribientes, portavoces de la oligarquía en mitad del siglo XIX, describían a aquellas comparsas que se irían blanqueando, como monótonas y estremecedoras.
Hoy nos basta con leer en los medios hegemónicos lo que algunos vecinos opinan, incentivados por los escribientes modernos al servicio de los intereses de clase presuntamente dominante y sobre todo europeístas, a la hora de elogiar costumbres, para seguir el hilo de ese pensamiento.
Son quienes disfrutan de alegrías a la brasilera en el verano o en el glamour de Punta con su fiesta asegurada, pero lejos de la “negra murguera / agua de zanja / piel de vereda” que traduce Bersuit. La alegría del pueblo, de nosotros, les importa un pomo, nunca mejor dicho.
He pasado y participado en estos días en los corsos de mi ciudad, como artista, como murguero propiamente y como vecino. Sólo vi alegría y juego. Gente atendiendo a lo que bajaba del escenario y aplausos o indiferencia, seducción y “persecuciones” de guerra de nieve, lejos de peleas, sexo explícito, o borrachos en pugna.
Hacia adentro, para nuestro pueblo, que a pesar de todo nunca abandonó las ganas de Carnaval, la fiesta sólo se eclipsó y ahora costará devolverla a la iluminada calle, pero estará acompañada por la mirada de un Estado atento en cuanto a proteger y a dar lugar a los derechos.
Por eso se legisla y se participa. Me imagino que los que rechazan esta fiesta deberán ponerse a trabajar más que a protestar por radio o escribir mensajes, porque la tienen difícil en el futuro.
El bombo atorrante y argentino, parte indiscutible del folclore nacional, seguirá sonando con ese platillo único en su especie, los tambores cambiarán de parches renovándose de sangre y los pasos de baile se perfeccionarán como los coros en inconfundible huella de patrimonio cultural de un país que mira hacia adentro reencontrándose con el origen sin enrojecer de vergüenza.
Los otros que festejen Halloween y otros portentos de la parafernalia cultural del imperio y que les expliquen a sus hijos qué tienen que ver con nosotros.
Para los que pretendidamente se deprimen con el Carnaval aduciendo bajo nivel cultural comparando o anteponiendo, que lean a Johann Wolfgang Goethe, quien escribió estas sabias y oportunas palabras a las que no me canso de recurrir: “El Carnaval no es una fiesta que se le concede al pueblo. En realidad es el pueblo que se la dio a sí mismo.” Y ahora, a disfrutar a la calle que volvimos con todo y nos lo merecemos.
Ariel Prat
Ariel Prat
1 comentarios:
Nos vemos en huracan PC? dale, estoy viendo si nos encontramos en familia!
Avisame y te paso mi telefono y arreglamos allá en la cancha
Publicar un comentario